Desde el tenue aviso con que Wilcock le advierte en dedicatoria privada a Silvina Ocampo (“este libro en un tanto raro castellano”) hasta el adverso milagro de su recepción en 1974, cuando se publica por primera vez, El Caos es uno de los referentes más importantes y vivos de la narrativa argentina, como El juguete rabioso, La invención de Morel y Ficciones. A eso contribuye su condición de libro de cuentos inestable. Todo en El Caos permanece en estado de transformación: los personajes, las tramas, las escenas, las situaciones y, sobre todo, la lengua. Esa vibración previa, esa inminencia, insinúa el escritor que Wilcock será, y abarca ya la obra futura: El estereoscopio de los solitarios, el ingeniero, la sinagoga de los iconoclastas. Tanto si se trata de un magnicidio, de una fiesta depravada, de unos animales voraces y fantásticos que acechan en el parque Lezama o de un recuerdo de juventud, Wilcock sostiene con su estilo una diversidad de mundos y criaturas que perduran sin ambages en la memoria de los lectores.
Esta tercera edición aumentada, al cuidado de Ernesto Montequin, reproduce la segunda, publicada en 1999, y añade dos narrativas nuevas.
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J. Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires en 1919. Se recibió de ingeniero civil en 1943. Vivió un tiempo en Mendoza trabajando en la construcción del ferrocarril transandino, pero abandonó su profesión para dedicarse a la literatura. A partir de 1957 se estableció en Italia, donde permaneció hasta su muerte, veintiún años después. Durante ese lapso creó una obra narrativa admirable, que se agrega a una carrera poética y brillante pero inadvertida en Argentina. Incursionó en todos los géneros literario: poesía, relatos, novelas, teatro. También se desempeñó como traductor. De su obra narrativa, se destacan El estetoscopio de los solitarios, El ingeniero, La sinagogade los iconoclastas, Hechos inquietantes y Los dos indios alegres.